martes, 29 de abril de 2008

Eduardo (Relato de un fugitivo)

No lo podía creer. Eduardo otra vez tenía aquel sabor amargo que daba la desilusión, el fracaso, el miedo de la derrota, aún antes de entrar en batalla. Tomó un cigarro y lo encendió lentamente, como esperando que aquel trozo de vicio le suministrara aquella gota de alivio que su alma necesitaba. Él, como cualquier otro adolescente común, no escapa de los espejismos que con la edad se sufre en esa época de la vida. Consideraba sus problemas como aquellos muros impenetrables que nunca serían derribados excepto por algún Mesías; por alguna providencia que aún no había aparecido. Esta vez se dijo así mismo que no volvería a pasar, le juró al mundo que cambiaría para no ser dañado por otra desilusión que rompiera en pedazos sus anhelos, sus aspiraciones, su forma de ver la felicidad plasmada en algún plan de vida a futuro.

Marchó firmemente. Marchó con la convicción de no permitir que nunca nadie más podría penetrar aquel muro que había construido entre él y el resto del mundo, con el convencimiento inequívoco de que había obrado mal al permitir aquel sentimiento nacer y que era hora de sepultarlo con aquella energía con que se entierra los recuerdos más oscuros del pasado.

Pero la desilusión aún estaba allí, implacable, latente, fuerte y más vigente que nunca. Él se preguntaba: ¿Por qué?, ¿Qué me hace sentir esta tristeza tan profunda, ese desespero de no poder superar aquella etapa que él estaba decidido en aplastar, en suprimir y en borrar de su existencia? Aquel sentimiento era una mezcla de varios elementos: rabia (al sentirse engañado), aturdido (las acciones del ser amado no eran las previstas por él), desilusionado (otras expectativas acerca aquella persona), impotencia (al no poder expresarle todo el dolor que él sentía).

¿Quién no ha sido Eduardo alguna vez en la vida?, ¿Quién podría sentirse libre de haber amado o querido a alguien hasta el punto de la desesperación y la zozobra?

Eduardo ignoraba un factor importante en aquellas interrogativas. Él no escapa del dolor que debemos pagar por amar o, por pretender amar. Y no se trata de una suerte de karma, sino de una lección por aferrarse a la prensución de la perfección, de una muestra pura de la imperfección del ser humano en su esencia más primitiva.

Él pretendía extrapolar su condición humana y desinhibirse de los sentimientos, como si el ser humano fuese algún juego de dios omnipotente que podría controlar sus sentimientos y frustraciones a su antojo.

No existen dichos muros mencionados, no existe el Mesías que nos satisfaga en cada una de nuestras expectativas, lo único que existe es lo que tenemos y con ello debemos aprender a vivir. Ninguna lección es definitiva, ni siquiera aquella la cual aprendemos antes de morirnos, porque el ser humano es diferente por esencia y amante por naturaleza.

La vida es simple. Naces, actúas y mueres. Este ciclo no será cambiado ni por tu voluntad ni por la mía, lo único que podemos hacer con esto es asignarle importancia a cada paso, a cada acción, a cada movimiento que realizamos mientras podamos.

La preocupación sólo conlleva a la pérdida de tiempo valioso que se lo dedicas a un objeto (animado o no) diferente de ti; con esto no sugiero que vivamos ensimismados en nosotros mismos, al contrario, ama cada diferencia como una lección a tu propia imperfección y acepta las cosas tal cual son, sólo adáptate a aquellas que sean valiosas y a las otras velas, aprende de ellas y déjalas seguir su propio camino como tú seguirás el tuyo.

Celebremos nuestras diferencias


Música al momento del cierre: Spiders - Moby


domingo, 27 de abril de 2008

At the very beginning...

Resultó más difícil de lo que creí. Tomé dos cigarros mientras me debatía, en mi cama, si hacerlo o no. Un miedo enorme abarcaba gran parte de mi ser. "Después de todo..." fue el primer pensamiento que cruzó mi mente como un rayo estridente que cayó en un páramo al mismo momento que me levanté a buscar un vaso de jugo. Mi corazón latía con una inquietud increíble, la sensación era inexplicable y trataba de configurar mi cerebro para que se enfocara en las banalidades diarias, aquellas en las que consumimos nuestro tiempo diariamente, pero era tarde, la decisión ya estaba tomada antes de todo esto, lo haría una vez más.
¿Qué quería hacer, coño? Y era esto, escribirles. El tomar un lápiz, un bolígrago, un teclado y comenzar a escribirle a "alguien", algún amigo, algún amor del pasado o del presente, a tu familia, a los diferentes críticos literarios que se pasean por estas páginas no es nada fácil y menos cuando lo que está a tela de juicio son tus propios pensamientos, son tus ideas y, en este caso, mis perspectivas.
No compentencia ni fama busco con esto, sólo que aquellos que me dediquen algunos segundos para saber qué pasa por mi mente, sientan que su tiempo no fue una total pérdida de tiempo.
Este será desde ahora mi espacio, mi refugio, mi prescinto, mi morada intelectual y sólo aquellos que puedan encontrarse con juicios parecidos a los míos podrán comprenderme, el resto formará parte de aquellos que no me entienden que, por cierto, diariamente va tomando cuerpo este último grupo.

Tomaré una frase de Swami Chidvilasananda, Gurumayi, para comenzar este blog: "Les doy la bienvenida y la despedida a todos con todo mi amor".

Escuchando Cold Feet de Tracy Chapman