viernes, 7 de agosto de 2009

Fantasear la realidad...

La verdad, te conocía. Quizás no de otro mundo, como esperan la mayoría, sino de este que precisamente me mostró, no lo que quería, sino lo que no deseaba.
Era una tarde. Y mientras todos hablaban de asuntos sin importancia, y tú participabas, yo sólo me concentraba en dibujarte, en suponer, en idealizar. No es que no te quisiera tal cual eras, sino que me permití recrearte bajo una perfección tan subjetiva, tan mía, que por un momento fue perfecto: la ocasión era propicia para aborrecer la realidad y abrazar la fantasía.

Sólo imaginarte en un juego perenne, en una circunstancia sin olvido ni rastro de formas ni de argumentos... Era excitante sentir que no tenía que escatimar reparos en discutir, en ponernos de acuerdo y en trazar el horizonte: todo eso estaba dado por sentado. Eras tú conmigo lo que me gustaba, porque sólo imaginarte a ti sería aburrido, sin sentido, como toda la situación en la que mis suenos se veían rodeados.

No importaba. Quería alucinar. Sabía que era una tarde: Qué más importaba? En ese instante sólo te imaginaba conmigo, nos visualizaba no haciendo lo que los demás hacían... Sino siendo, simplemente, extraordinarios. No había mejor molde para mis partes inacabadas que tú mismo, no había mayor complemento que la diferencia de color entre tu piel y la mía, no eran dos mundos que trataban de congeniar, sino uno sólo que se encontraba con su contrapartida.

Varias veces me sentí tentado a despetar, pero para qué despetar si lo que quiero es estar inconsciente y precisamente escapar? Y no sólo eres mi ruta de escape, sino mi ruta hacia el estado de plenitud que desde siempre he buscado y no he conseguido. Por qué esforzarse en despetar si, dentro de nosotros mismos, podemos tener todo lo que queramos y sin las mediocridades de la realidad?

Sólo imaginé. Ese fue mi pecado: imaginar la perfección dentro de la subjetividad, recrear un escenario donde todas las energías estuviesen enfocadas en ti y en mí, sin que nada terciario pudiera siquiera rozar el velo de la felicidad perpetua que ambos nos jurábamos.

Al despetar, no sólo te descubrí humano, sino que te hallé con alguien más... Era la misma tarde, era la misma condición, pero sólo había algo de diferente: un corazón roto que apenas latía y un amor en silencio que se escondía. Bienvenido a la realidad -pensé mientras una lágrima caía suelo abajo, desde mi mejilla-.

Qu'est-ce que t'as fait de moi... Marc Dupré